Una virtud es una cualidad positiva de una persona, una disposición habitual y firme para ejecutar correctamente una serie de actos de carácter humano. En religión según el presbítero norteamericano, Leo J. Trese, la virtud se define como el hábito o cualidad permanente del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal.
Las virtudes pueden ser de dos clases diferentes: Pueden ser virtudes
naturales o adquiridas por la persona mediante la creación de un hábito
positivo, estas primeras son virtudes puramente humanas, como pueden ser por
ejemplo: el agradecimiento, la comprensión, la resignación, la convivencia, la
discreción, la fidelidad, la serenidad,…etc. Las otras clases de virtudes, las
que podríamos llamar sobrenaturales, son las llamadas infusas o sobrenaturales,
que son las que Dios infunde en las potencias del alma para disponerla a obrar
sobrenaturalmente.
En el mundo de la filosofía antigua, Platón aseguraba que el ser humano
disponía de tres herramientas para actuar: el intelecto, es decir la
inteligencia, la voluntad, y la emoción, es decir a las tres potencias clásicas
del alma humana: memoria inteligencia y voluntad, sustituía la memoria por lo
que él entendía que era la emoción. Y a cada una de estas tres herramientas
Platón les asignaba tres virtudes: Sabiduría, Valor y autocontrol, adjuntando a
estas tres virtudes una cuarta que era la justicia. Por su parte Sócrates
mantenía que la virtud nos permitirá tomar las mejores acciones y con ella
podríamos distinguir entre el vicio, el mal y el bien, y señalaba que la virtud
se podía alcanzar por medio de la educación fundamentada en nuestra moral y en
nuestra vida cotidiana.
En la teología cristiana, tal como antes hemos
señalado, las virtudes humanas pueden ser puramente naturales o humanas, o de
carácter sobrenatural, es decir, virtudes sobrenaturales que se dividen a su
vez, en dos clases: virtudes teologales, y virtudes cardinales. La diferencia básica entre ambas clases de virtudes, estriba
en que con respecto a las naturales, estas han de ser adquiridas por nuestro
propio esfuerzo. Así una persona que reiteradamente dice la verdad tendrá la
virtud de la veracidad. En cuando a las sobrenaturales estas son infusas en el
alma humana, sin esfuerzo por nuestra parte. También difieren en su forma de
crecimiento en el alma humana, pues mientras que las naturales crecen y se
afianzan en una persona por la sucesiva repetición de un mismo acto, el
crecimiento de las virtudes sobrenaturales siempre es impulsado por el Señor.
De las
deformaciones expuestas, tan posibles, se sigue la importancia y necesidad de
formar una recta conciencia. Por ejemplo, nunca como hoy ha sido el hombre tan
sensible a su libertad y nunca ha hecho peor uso de ella; así por un lado
escribe una carta de los derechos humanos, y, por otro los suprime de raíz por
el aborto, la eutanasia, el terrorismo, la dictadura de estado, la manipulación
de la opinión pública y las diversas formas de violencia. Por un lado proclama
a los cuatro vientos la propia madurez y por otro adopta como pauta de
comportamiento normas tan volubles como la opinión pública, los eslogans de
moda y los modelos culturales y sociales del momento.
Su norma moral viene
a ser: -todos lo hacen, luego debe ser bueno-; lo dicen los medios de
comunicación, luego es indiscutible-; -así opina el partido o la mayoría, o así
piensa fulano de tal, luego lo acepto incondicionalmente. O entiende la
libertad como ausencia total de cualquier tipo de normas. Ser libre, significa
para muchos hombres: -hago lo que me da la gana-, es decir, es un simple
sinónimo de libertinaje, apoyado por el soporte ideológico de existencialismos
ateos. Remando a contracorriente. Por un lado defiende a ultranza el derecho a
la libre opinión y por otro difunde la mentira a sabiendas; más aún, elabora un
arte y una técnica del engaño, bajo la capa de difusión ideológica, de razón de
estado o de banderas políticas. En una palabra, nunca como hoy el hombre ha
sido más bárbaramente manipulado por los ocultos persuasores en los campos
comercial, ideológico, político, ético y religioso.
Hay que formar la
conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta
y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido
por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a
seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a
preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas.
La educación de la
conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al
niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la
conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del
miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y
de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas
humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz
del corazón.
En la formación de
la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que
la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso
también que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor.
Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio
o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la
Iglesia (cf Dignitatis Humanae, nº 14).
Continuamente nos damos cuenta de que en tantos
hombres y en la misma sociedad existe una incapacidad para discernir entre lo
bueno y lo malo y las influencias de las pasiones incontroladas tienden a
oscurecer más el dictamen de la conciencia. Ante esta perspectiva se nos hace
urgente seguir formando nuestra conciencia, afilándola para ser luz, como el
ojo para el cuerpo (cf Mt 6, 22-23), que es faro para no tropezar. Así, cuando
nuestro ojo está con cataratas, o con miopía, o astigmatismo, vemos las cosas
deformadas, subjetivas, pero si el ojo está sano, todo se ve con objetividad.
La ética
profesional pretende regular las
actividades que se realizan en el marco de una profesión. En este sentido, se
trata de una disciplina que está incluida dentro de la ética
aplicada ya que hace referencia a una parte específica
de la realidad.
Cabe destacar que la
ética, a nivel general, no es coactiva (no impone sanciones legales o
normativas). Sin embargo, la ética profesional puede estar, en cierta forma, en
los códigos deontológicos que
regulan una actividad profesional. La deontología forma
parte de lo que se conoce como ética normativa y presenta una serie de
principios y reglas de cumplimiento obligatorio.
Podría decirse, por
lo tanto, que la ética profesional estudia las normas vinculantes recogidas por
la deontología profesional. La ética sugiere aquello que es deseable y condena
lo que no debe hacerse, mientras que la deontología cuenta con las herramientas
administrativas para garantizar que la profesión se ejerza de manera ética.
Entonces, el concepto de ética
profesional es aquel que se aplica a todas las situaciones en las cuales el
desempeño profesional debe seguir un sistema tanto implícito como explícito de
reglas morales de diferente tipo. La ética profesional puede variar en términos
específicos con cada profesión, dependiendo del tipo de acción que se lleve
adelante y de las actividades a desarrollar. Sin embargo, hay un conjunto de
normas de ética profesional que se pueden aplicar a grandes rasgos a todas o a
muchas de las profesiones actuales. La ética profesional también puede ser
conocida como deontología profesional.
La idea de ética profesional se
establece a partir de la idea de que todas las profesiones, independientemente
de su rama o actividad, deben llevarse a cabo de la mejor manera posible, sin
generar daños a terceros ni buscar exclusivamente el propio beneficio de quien
las ejerce. Así, algunos de los elementos comunes a la ética profesional son
por ejemplo el principio de solidaridad, el de eficiencia, el de
responsabilidad de los hechos y sus consecuencias, el de equidad. Todos estos
principios, y otros, están establecidos a modo de asegurar que un profesional
(ya sea abogado, médico, docente o empresario) desempeñe su actividad coherente
y sensatamente.
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